Perreo pesado con Rosa Pistola

   

A raíz de salir a varios eventos con Rosa Pistola, la DJ de reggaetón underground, surgió esta crónica sobre cómo se perrea en la Ciudad y el Estado de México.

Javier Ibarra

Fotos: Irving Cabello


«Disculpen, pero no voy a Ecatepec, allá me han asaltado dos veces», dice el joven conductor de Uber con voz nerviosa, después de que el celular le indica su próximo destino. Acabamos de echar a la cajuela una mochila con un controlador y una computadora. Estamos en el auto para emprender el viaje al Estado de México.

Es jueves. Pasan de las cuatro y media de la tarde. Cae un aguacero en la Ciudad de México, como no pasaba hace mucho tiempo. Rosa Pistola debe presentarse a las cinco y media en La Bandida Ecatepec, donde nunca ha hecho sonar sus mezclas de reggaetón con otros estilos de música urbana, como cumbiaton, que es 100% chilango.

El trayecto sin lluvia al Estado de México nos llevaría unos cuarenta minutos. Nadie sabe qué nos depara, pero la apariencia de Rosa Pistola y su amigo Isra, es la adecuada para ir a unos cuantos perreos en la periferia. Visten como cualquier reggaetonero con gorras de equipos de basquetbol, ropa sport, cangureras y otros accesorios que a mucha gente podría generar desconfianza.

Por la situación en la que nos encontramos, pienso en la gente que vive en Ecatepec, uno de los municipios del Estado de México, porque seguramente experimentan la misma situación por vivir en un lugar conocido como Ecaterror. El conductor de Uber no sabe a qué se dedica Rosa Pistola y por el retrovisor se le ve nervioso: repite la palabra perdón tres veces. También explica que no se cobrará el servicio, que alcanzó a apagar su teléfono. Al mismo tiempo desea que nos bajemos de su auto que está limpio y huele bien. Hay un silencio incómodo y la DJ le pregunta: «¿Nos bajamos en medio de la lluvia?». El conductor de Uber dice que podemos esperar a que llegué otro carro.

Minutos después arriba un Uber. Rosa Pistola tuvo que volverlo a pedir. Isra guarda la mochila en la cajuela y subimos al vehículo. Le damos las buenas tardes al chofer, un señor alegre. Nos contesta, pero también se ve nervioso. ¿Hará lo mismo que su colega? No, pone en marcha su automóvil.

***

Laura Puentes, quien le da vida a Rosa Pistola, tiene 31 años. Creció con su familia en La Ceja y Bogotá, Colombia. Sin embargo, cuando mezcla música urbana, bailando con esa complexión delgada que la distingue, vistiendo ropa excéntrica y dejando ver sus tatuajes que van de los brazos a su rostro, no puede negar que maduró en la Ciudad de México, desde que tenía 18 años, edad con la que llegó en 2006.

Sin dejar de ser su alter ego que la posee en antros, festivales y perreos clandestinos donde el reggaetón parece estar dominado por el sexo masculino, mientras está sentada en un sillón de su departamento ubicado en la colonia Buenavista, se confiesa entre jalones a un churro de mota. «Desde niña fui muy freak, lo que me decían que estaba prohibido, era lo primero que hacía», dice Laura Puentes.

Tras otros toques al cigarro de mariguana, comienza a reír infantilmente. Por una de las ventanas se escuchan niños jugando. No tarda en empezar a llover. El grueso porro que forjó para nuestra charla, junto a la taza de café caliente que me ofreció, está por terminarse. Le pregunto qué planes tenía cuando llegó a México. Explica que no tenía la menor idea de qué hacer con su vida. Su único deseo era conocer las pirámides que hay en el país.

Con el tiempo descubrió que se le facilitaba confeccionar ropa. «Solo porque se me daba el diseño de ropa, fue como empecé a hacer lencería. Hacía prendas sadomasoquistas: corsetería, ligueros, látigos», explica.

Levanta la taza de una mesita de madera. La lleva a la cocina para servir más café y desde el otro lado de la pared grita: «GRACIAS A LA LENCERÍA SURGIÓ EL NOMBRE DE ROSA PISTOLA Y PUDE COMENZAR A ESTABLECERME EN LA CIUDAD DE MÉXICO».

Bajo ese seudónimo buscó que su marca que tiene desde 2012 pudiera distinguirse de los demás diseñadores. Y continúa hablando en cuanto me entrega la taza de café: «Así me di cuenta de que soy una mujer ruda, que no estoy tan apegada a la feminidad».

***

Avenida Central nos traga. En el Uber imagino cómo era Ecatepec antes, cuando las actividades agrícola-ganaderas reinaron en esta zona conurbada hasta 1940. Desde entonces, este municipio del Estado de México se industrializó. También por el crecimiento que hubo y la violencia que comenzó a ser cada vez más común, comenzaron a encontrarse cuerpos sin vida flotando en las aguas del Gran Canal.

Pasamos la zona de Aragón, luego una parte de Neza. El paisaje comienza a estar más demacrado. Por puro cliché imagino asaltos, desapariciones y demás actos delictivos que le han cambiado la vida a Ecatepec, que es el municipio más poblado del país, con un millón 677 mil habitantes ya en 2015, según datos del INEGI.

En la Estación del Metro Ciudad Azteca finaliza la Línea B. Ahora sí estamos entrando a las entrañas de Ecaterror. Llevamos casi una hora en el interior del Uber. Es a consecuencia de la fuerte lluvia, el tráfico y las malas vialidades.

Desde Plaza Aragón no podemos cruzar al otro lado, donde se alcanza a ver el UNITEC, la referencia que tenemos y se supone está cerca de La Bandida Ecatepec. El GPS del Uber se confunde y cambia de ruta. Nos internamos por unas calles sin pavimentar y llenas de basura, dando a conocer que la cuarta parte de la población vive en pobreza extrema. Como por acto de magia damos de frente con el estacionamiento de una plaza comercial. El chofer duda en ingresar, pero su teléfono le indica que nuestro destino está a escasos metros.

La Bandida Ecatepec, en medio de las avenidas Central y Carlos Hank González, parece ser el gran bar de la zona. A un costado hay unas oficinas del SAT. Isra saca la mochila de la cajuela. Cuando vamos a ingresar al lugar donde dará inicio el tour, este perreo pesado, los guardias y dos hombres que montan unas motos deportivas nos ven con suspicacia. «Hola, soy Rosa Pistola», dice la DJ de reggaetón y música urbana.

El semblante de todos ellos cambia. Nos dan acceso, no sin antes, menos a Rosa Pistola, revisarnos de pies a cabeza. Por dentro, La Bandida Ecatepec es un sitio inmenso. Su escenario es una locación perfecta para que el cineasta Robert Rodríguez grabe una película.

Casi no hay gente. Sólo se ven cinco mesas con personas, y si no fuera por el gran número de meseras, además de los guardias, pareciera ser un gran fiasco. No obstante, Rosa Pistola se siente bien porque ha cumplido con el primero de tres compromisos para el día de hoy. Están por dar las seis de la tarde. Un trabajador le indica a Isra el lugar donde puede conectar el controlador y la computadora para que retumbe el DJ set.

Tomo asiento en una mesa mientras preparan todo. Una joven y atractiva mesera se acerca. Me pregunta qué deseo tomar. Pido una cerveza y observo que en las otras mesas hay dos o tres cartones de chelas que son divididos en grupos de cuatro a seis personas; también fuman tabaco sin que nadie les diga algo. En ese momento, del escenario sube una cortina y Rosa Pistola llama la atención del público presente. De las mesas con gente, sólo dos, contando en la que estoy, permanecen sin moverse. Las demás personas, unas ocho, se acercan al escenario gritando, chiflando, moviéndose al ritmo boricua que se originó a principios de los años noventa.

Todos disfrutan porque Rosa Pistola está otra vez en Ecatepec. Apenas regresó de una gira europea y mañana viernes, de hecho, se va a Nueva York. Allí será parte de Warm Up, evento del MoMA PS1, una de las instituciones de arte contemporáneo más reconocidas en el mundo. Los presentes no deben tener más de 25 años. Se respira amistad y noviazgos. La mayoría son chicas que visten pantalones entallados y sus cuerpos son sensualidad pura cuando perrean, meneando sus culos y con ambas manos tomándose del escenario.

Pero no se debe olvidar que Ecatepec es la zona con más feminicidios del país. En 2015 se declaró la alerta de género. El 70% de las víctimas son mujeres entre los 20 y 35 años. Ocurre eso, ya que operan narcos, redes de trata de personas, traficantes de órganos y hay personajes como Juan Carlos Hernández Bejar el Monstro de Ecatepec, asesino serial que llamó la atención en 2018 por haber matado a veinte jovencitas. Torturas y violaciones han sido el terror del sexo femenino que habita este municipio, en colonias como Granjas Valle de Guadalupe, Jardines de Morelos y más. Aun así, ellas se entretienen porque deben seguir siendo adolescentes, libres, felices, rebeldes.

En la parte trasera de La Bandida Ecatepec, junto a la barra, las meseras también bailan y cantan. Las dos horas que se presenta Rosa Pistola, incluso podría afirmar que ayudan a que Ecaterror deje de sentir miedo. El DJ set finaliza y todo podría volver a su entorno violento en este municipio del Estado de México, simplemente porque la diversión para los jóvenes que viven aquí termina temprano. Es peligroso andar de noche y no todos pueden ir a divertirse a la Ciudad de México.

***

El hogar de Laura Puentes está repleto con objetos de Dragon Ball Z. Sobresalen las figuras de Goku y Freezer. Le digo algo que, estoy seguro, siempre le han mencionado: lo del nombre-significado de Rosa Pistola, porque si uno lo achilanga, es un albur. «Sí, todo el tiempo me dicen eso. Al principio no entendía lo del doble sentido. Me decía: ‘Puta… ¿Qué hice?’. Los primeros años defendía mucho el nombre, solo que cuando comencé con lo del reggaetón le saqué provecho», explica la DJ.

Antes de que el mundo del perreo mexicano la conociera como una de las DJ’s más respetadas, populares y que ha hecho muchas cosas por la escena, ya estaba envuelta en la música. «En el colegio era parte del grupo de percusiones, tocábamos mapalé, y cuando cumplí quince años, pedí un tambor llamador», recuerda.

También agrega que ha tenido problemas de personalidad: abandonó la escuela precisamente a los quince años, no terminó sus estudios y comenzó a hacer sus cosas. «Todo lo que aprendo lo hago yo sola. Descosiendo ropa que me gustaba, viendo cómo estaba hecha, calcándola en un papel y volviéndola a armar es como aprendí a coser», dice. «Pero otra cosa que me ayudó fue el Internet: veía tutoriales para saber manejar programas de música. Podría decir que todo ha sido gracias a YouTube».

No obstante, para llevar a cabo la tarea de DJ, sí tuvo un mentor. Se le dibuja una cara de gratos recuerdos. Esa persona que la ayudó para que su carrera despuntara fue Lauro Robles, DJ Lao, del Colectivo NAAFI. «Que él me haya enseñado es algo súper importante. Marcó la diferencia entre mi trabajo y el trabajo de los otros DJ’s de reggaetón», comenta.

***

Quien conduce el Uber a Cuautitlán Izcalli es una mujer entre los 35 y 40 años. Tiene un semblante de pocos amigos. No es grosera y escucha canciones de Rapsusklei, un rapero de Zaragoza, España. Entiendo que está acostumbrada a trabajar en la periferia y que puede ser una habitante más de ella.

Inicia el viaje a Däzs Izcalli, donde será el segundo compromiso de Rosa Pistola. Según lo que marca el teléfono de la conductora, estaremos ahí en una hora. Isra va de copiloto y decide sacar su teléfono para matar el tiempo viendo Instagram.

La DJ de reggaetón y música urbana, quien va en la parte trasera, a mi costado, cierra los ojos, coloca su gorra de los Chicago Bulls hacia la parte baja de su cara e intenta dormir. Yo voy viendo el paisaje: el color opaco de la tarde da un ambiente más urbano. No sé dónde estoy. Únicamente veo fábricas, monte, terrenos baldíos y casas a medio construir. El camino es por algo parecido a una autopista.

La mujer que va al volante maneja como si pasara por ahí todos los días mientras canta «Jazz elak olé». Va a más de 120 kilómetros, baja la velocidad y toma atajos por calles angostas.

Isra sigue con la mirada fija en su celular y Rosa Pistola duerme profundamente. Asimilo todo: no sabía que el trayecto por estos sitios mexiquenses me provocaría ansiedad.

Cruzamos una parte de Tultepec. Lo sé porque veo una granadera de ese municipio. Hay topes en todas las arterias: frenar y acelerar hace más angustioso cada segundo. Sin darme cuenta, cuando la mujer al volante toma un par de puentes viales, estamos en Cuautitlán Izcalli.

En el fondo agradezco que mis traslados apretujado en el Metro durante algunas estaciones, arriba de un microbús pasando mi pasaje desde la parte de atrás o haciendo corajes porque la lluvia no me deja pedalear mi bicicleta con normalidad sea lo que me saca de quicio. Y agradezco eso porque también pienso en todos aquellos que diariamente se trasladan desde estos lugares a la Ciudad de México para trabajar o estudiar, bajo la firme idea de salir adelante, lidiando con la inseguridad que se incrementa en lugar de disminuir.

Ha oscurecido y el GPS del Uber indica que hemos llegado a Däzs Izcalli. Rompimos el récord de Ciudad de México-Estado de México: estuvimos en el interior del auto casi hora y media.

***

En sus inicios musicales, Laura Puentes tocaba punk y noise. Ambas cosas la ayudaron para que pudiera involucrarse en el mundo del perreo mexicano. «Estar dentro del ambiente musical me ayudó, pero para meterme de lleno en el reggaetón, me dejó más enseñanza el entrenamiento que tuve con R†P, mi tienda de ropa», explica la colombiana radicada en México.

Haciendo otro tipo de música no le ponían atención. «Trabajando en mi tienda comencé a lidiar con los verdaderos tiburones de la industria musical. Me di a conocer y descubrí lo que hay detrás del negocio. Algo que me gustaría que quedara claro, es que yo no me volví famosa por ser la mejor DJ. Yo me volví famosa por una cuestión de respeto, porque usaba los medios económicos y los contactos que tenía la tienda para promover y ayudar a gente que estaba haciendo música urbana», dice.

Así mismo, Laura Puentes cuando formó R†P Records, creó el proyecto Los Xxxulo$ y apoyó a otros DJ’s del perreo mexicano. “Esto ocurrió antes de que saliera Candela Music, Michael G y todo lo que ahorita está sonando fuerte. De hecho, yo patrocinaba a algunos de ellos: les pagaba horas de estudio, sesiones de fotos, videos musicales”, comenta.

Acerca del cambio que tuvo del punk y el noise al reggaetón, explica que no tiene nada de malo. «Sí eres de Colombia escuchas salsa, merengue, vallenato, reggaetón, rock. Eso lo trae uno desde los diez años, pero cuando creces te pones a escuchar cosas ya más en específico. Yo comencé a oír a Ivy Queen, Don Omar, Tego Calderón», explica.

Esa es la razón por la que siendo colombiana, igualmente creció escuchando ritmos y artistas similares de la música urbana para verse atrapada por todo eso que ahora podría etiquetarse como una subcultura plagada de estilo e identidad, donde se involucra vestimenta, se usan motonetas como medios de transporte, hay slang y primordialmente se desenvuelve en zonas chakalonas, como parte de la sociedad le llama al peligro. «El reggaetón mexicano me cautivo», dice. «La estética de los chakas me gustó. Siempre la gente con más onda es la que vive en zonas marginadas. Los veía y decía: ‘Qué guapos’».

***

Däzs Izcalli es definición de pubertad y catarsis. Rosa Pistola se presenta en la entrada del lugar. Los guardias nos dan acceso sin revisarnos. A diferencia del bar de Ecatepec, este lugar no irradia. La calle no tiene iluminación y ni siquiera veo algún anuncio del bar.

Unas escaleras avisan que ascenderemos al edén del perreo. No tan claro, con buena ecualización como en el otro municipio del Estado de México, el ritmo del reggaetón estalla en mi pecho. Subiendo los escalones, se comienza a ver en el techo una especie de medusa marina que prende y apaga: sus tentáculos alumbran el lugar que es más grande de lo que imaginaba.

Däzs Izcalli está repleto. Hay una nueva generación que vive el ritmo puertorriqueño que muchos pensaban era algo pasajero. Algunos son menores de edad, pero este tipo de recintos están destinados a la juventud que por ciertos estratos sociales es tachada de pobre, marginal y con mal gusto. Como sea, en la periferia la diversión es más anárquica.

La mayoría se da cuenta de que Rosa Pistola llegó. Los guardias rodean a la DJ, la ayudan a que suba a una tarima. El volumen de la música es alto. Aun así, se oye un grito en conjunto de los presentes: «¡ROSA, ROSA, ROSA!». Me quedo perplejo, contemplando los rostros de felicidad.

En medio de las alabanzas, Isra conecta el controlador y la computadora. Hace eso y no deja de cantar «Te lo tiro pa’ que bailes», de Plan B, un reggaetón clásico y de la vieja escuela. En menos de cinco minutos, Rosa Pistola está mezclando canciones, después de que una introducción parecida al de los sonideros mexicanos de cumbia, guaracha o salsa, anuncia que el perreo está iniciando.

Voy a la barra a comprar una cerveza. Su precio es de 20 pesos y me emociono más. Intento subir a la tarima para ponerme detrás del controlador y la computadora, viendo de frente al público. Uno de los seis guardias me toma de mi brazo derecho, lo aprieta y en cuanto está por bajarme del escenario, otro de sus colegas le dice: «No, güey, viene con ella». Ambos me ofrecen disculpas.

Rosa Pistola en Däzs Izcalli | Foto: Irving Cabello

Veo cómo los presentes comienzan a volverse locos con las canciones. Le pregunto a Isra si ya habían venido antes a Däzs Izcalli y me dice que no. También me explica que la idea de su amiga, a quien siempre acompaña a estos sitios, es hacer la función de los sonideroso: ir a sus fanáticos, no que ellos vayan a ella.

Una de las chicas sube a la tarima y baila el tema «La mona», de El Habano, uno de los reggaetoneros del país con un perfil más underground. La canción dice: «A ella le gusta monear en el barrio / pa’ sentirse de vecindario / activando día con día / está haciendo rica a la tlapalería». No hace caso da un guardia, quien le pide que se baje y sigue haciendo como si inhalara thinner.

Como es hora y media la que tiene Rosa Pistola para poner a perrear a todos, decido ir por otra chela. Regreso junto a Isra y él también baila, graba y toma fotos. No lo puedo evitar y me muevo al ritmo del reggaetón, como si tuviera 17 o 18 años. Aunque haga el ridículo, la música me posee y me contagia mientras veo a los fanáticos de la DJ llegar al clímax.

Decido ponerme a caminar por los terrenos de Däzs Izcalli. Igual que en Ecatepec, en las mesas hay cartones de cerveza que comparten entre amigos y parejas. El humo del tabaco da tintes de antro noventero. Por todos lados danzan sexualmente. Algunos chakalones voltean a verme y bailan con más ímpetu. Lo hacen solos, en grupo o con alguna chica que toman de la cintura con ambas manos. Me siento viejo y fuera de lugar, aun cuando algunas jovencitas me sonríen moviendo sus caderas.

Pienso que mañana Rosal Pistola tocará en un evento del MoMA PS1, en Nueva York, pero ahora mismo sus seguidores del Estado de México están gozando sus mezclas. Finaliza la presentación y el público hace una fila para fotografiarse con quien llegó a su tierra alejada de los bellos paisajes y la gentrificación. Mientras el Uber llega por nosotros, los guardias organizan una fila y la DJ intercambia fotos por abrazos y besos.

***

Laura Puentes tardó cinco años en meterse de lleno en el perreo mexicano. Siendo mujer, desenvolverse en dicho ambiente no ha sido fácil porque es más peligroso. «Aunque siempre he vivido mi vida al límite, en el verdadero ambiente del reggaetón, el underground, hay que andarse con cuidado», comenta la amante de la música urbana.

La DJ hace referencia a los eventos que se organizan en Ecatepec, Izcalli, Coacalco, Tultitlán, Tláhuac y Martín Carrera, entre otras zonas que pueden ser complicadas. «He llegado ahí porque me he especializado en un estilo con más maleanteo. Algunos que me contratan se dedican a hacer cosas malas y me gusta trabajar para ellos», dice.

Pero gracias al respeto que se ha ganado, Laura Puentes ya no vive tantas situaciones delicadas. «Me di cuenta de que uno en esos ambientes termina cuidándose a sí mismo. La gente te aprecia, pero cuando estás en medio de una balacera, ellos te acaban de conocer y no pueden hacer algo por ti», explica.

Entonces, por esas experiencias comenzó a hacer eventos como Perreo Pesado, en distintas partes de la metrópoli. Sin embargo, también había una vibra chakalona. «Yo sola no podía manejar esas situaciones. Todos en México son así. En redes sociales me siguen policías que parecen chakas. Te metes a sus cuentas de Instagram y en sus fotos posan dentro de sus patrullas, con sus armas. Hasta he podido conocerlos en eventos y andan perreando», comenta.

Se oye una canción de Katy Perry afuera del departamento de la DJ y le pregunto por qué el reggaetón es el ritmo preferido entre la juventud. Pone atención a la melodía y dice: «¿Cómo una persona que toda su vida ha vivido situaciones difíciles, se va a relacionar con alguien que canta sobre algodones de azúcar?».

Me pregunta eso, pero se responde a ella misma: «La música transmite muchos sentimientos y el reggaetón trata cosas muy reales. Uno lo puede saber con la misma vida. Aquí, en la Ciudad de México y sus alrededores, aunque seas fresa o seas chaka, para ambos es difícil sobrevivir. En las calles siempre te topas con cosas muy locas».

Incluso ella misma afirma que sí se las ha visto difícil al llegar a sitios donde el perreo es verdadero, en las zonas perdidas a donde llega. «La gente que se acerca a decirme algo, quisiera hacer lo que yo hago porque piensa que es sencillo, pero las oportunidades son para todos. Es importante luchar por las cosas que uno quiere», comenta. «Un día, una chava que comenzaba en la música urbana me dijo que la habían invitado a tocar a Coacalco pero que no iría, porque le pagarían 700 pesos. Cuando yo comencé a tocar, el primer año nadie me pagó ni veinte pesos. Y la primera vez que fui a Coacalco me dieron 350. Iba y venía en tren suburbano, en combi… Hacía eso yo sola. Pero lo que cambió es que ahorita me puedo mover en Uber a todas mis tocadas que son en la periferia. Todo esto me lo he ganado».

Menciona eso, ya que en ese tipo de eventos sigue cobrando barato y comenzó a hacer tours que en un mismo día abarcan el Estado y la Ciudad de México.

***

El regreso a la Ciudad de México es rápido. Pasan de las diez y media de la noche. Rosa Pistola, aunque antes de iniciar el tour haya dicho que le gusta la soledad, se percibe contenta. «Ahora no me agarraron el culo», le dice a Isra.

Pregunto sobre lo que acabo de escuchar y me aclara que algunas chicas cuando se fotografían con ella hacen eso. También agrega que los hombres son más tímidos.  Después hace énfasis en que lo mejor de su trabajo es ir al Estado de México. Sin embargo, la historia del perreo mexicano ha tenido momentos trágicos. Basta con recordar lo que pasó en New’s Divine, una discoteca que estaba ubicada sobre avenida Eduardo Molina, en la colonia Nueva Atzacoalco de la entonces Delegación Gustavo A. Madero. En ese lugar, el 20 de junio de 2008, durante una tardeada de reggaetón, murieron doce menores de edad por asfixia, a consecuencia de una estampida humana provocada por la policía, al estigmatizar a los escuchas de reggaetón como delincuentes y drogadictos.

Nuevamente en Buenavista, en el hogar de Rosa Pistola, a punto de salir al último compromiso del tour en un antro gay nos hace de cenar arroz con frijoles. Minutos después arriba el quinto Uber y el trayecto no dura nada.

Sobre la calle Niza, con el número 45, donde está ubicado Rico, se ve una fila que hacen chicas y chicos para entrar a divertirse. Todo es distinto a La Bandida Ecatepec y Däzs Izcali. Aquí percibo que lo chakalón es una moda que viene de las periferias.

Vamos al segundo piso y Rosa Pistola, pasadas las doce y media de la madrugada, inicia con su último DJ set en medio de drag queens, gays, lesbianas, adolescentes de zonas céntricas, extranjeros, wanna be chakas y chakas de verdad.

***

Laura Puentes A.K.A. Rosa Pistola en su hogar | Foto: Irving Cabello

Antes de abandonar el departamento de Laura Puentes, días después de irme con ella e Isra de tour, con una idea más clara en mi cabeza de lo que es la escena reggaetonera mexicana, creo que Rosa Pistola dentro de este movimiento busca sobresalir y seguir siendo alguien importante dentro de la escena underground de la música urbana. «La mitad de esto lo hago por amor a la música y la otra mitad por respeto y legado», explica.

Abre la puerta de su departamento, se despide de mí y me dice: «Me gustaría que la gente me recordara por hacer muchas cosas. Me gustaría que las chicas se dieran cuenta de que esto no es un pedo de género sino algo social. Cuando eres DJ es muy difícil conservar una pareja o amistades. Los fines de semana son para trabajar. Entre semana todos están ocupados y no puedo convivir con nadie. Es complicado. Es mucho sacrificio. Yo hago eso por el reggaetón».


  • Originalmente se publicó en Acordes y Desacordes de la Revista Nexos, antes del Coronavirus.

Javier Ibarra: Escribe para medios mexicanos, como el suplemento El Cultural del periódico La Razón. Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés y portugués. Es autor de los libros Una tragedia en tres acordes. Historias desde el moshpit (2019) y Las Entrañas de Santa (2024). Lleva el blog REVENGE OF THE NERDS MX sobre música y cultura pop. Antes de convertirse en periodista y escritor tocaba la batería en bandas de hardcore. También fue bicimensajero.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar